sábado, 7 de mayo de 2011

Heridas de Guerra

Algunas como calcomanías de matutano, que se borran con el tiempo, y otras recuerdos eternos en mi piel, algunos buenos y otros…
Otros están ahí porque el karma ha decidido que es un castigo merecido, por lo bien que me porté en su día.

Cortes, rozaduras, moretones, arañazos, torticulis…
Mordiscos de… animales indeterminados, urticarias...

Aviso para navegantes, lo de decir que un chupetón en el cuello, es un golpe con el pomo de una puerta, NUNCA ha colado.

No es todo por practicar el kamasutra, cuidao, es porque, cuando somos jóvenes, nos da el apretón en cualquier sitio, bueno y no tan jóvenes.
Intentar pasar un rato agradable con un zagal sin tener lugar a donde ir, es como una clase avanzada de supervivencia del ejército.

Me acuerdo una baza, en el pueblo de un ex noviete, que como teníamos la casa llena de familia política, nos fuimos al monte, armados únicamente con una manta, tengo que decir que el monte alcarreño no es como las verdes praderas donde Heidi retozaba con Pedro, y que aquí, no es que todo el monte sea orégano, es que hay aliagas, cardos borriqueros y una fauna que no se comería ni Bear Grylls.

Una servidora, que ya sabéis que es muy de alzar la voz en muy variopintos escenarios, mordiéndose la lengua,
pero no para ahogar mis gritos de placer, sino para no chillar de dolor, porque entre lo que hacía la manta zamorana,
(que no veas como picaba y en pleno agosto calorcito rico)
y lo que no tapaba tan prístino paño sacado de los ajuares de su abuela, me decoré las rodillas y las manos que ni un paso de Semana Santa.

Esta claro que si quieres algo bien hecho, tienes que hacerlo tu.

Recuento total de daños: cinco abones de picadura de insecto sin identificar, raspaduras varias en mis rodillas y numerosas astillas clavadas en mis manos. Aunque por lo menos en el periplo no salí yo solo lesionada que el señorito en cuestión, por lo menos, se clavó un par de piedras en su culo de niño bien.

(que hacía menos por mis orgasmos que por la patria, que ya es decir)

Pero vamos, el/la que no se haya quemado las rodillas por tener (o intentar) un round de amor en un coche, no ha tenido juventud, o ha tenido mucho dinero para poder patrocinarse hoteles, que de todo hay en la viña del señor.

Eso sí, al que le guste el riesgo que lo intente en el descansillo de su escalera (en la que si mal no recuerdo hay 33 puertas ocupadas por numerosas familias, conocidas todas de mi señora madre, la presidenta de esta nuestra comunidad. Luego intenta explicarle por qué tienes moratones en la espalda perfectamente rectos separados entre sí por la medida exacta de los escalones del descansillo.
O mejor aun, intenta explicarle que hace tu bolso colgado en el espejo del ascensor al las 6 de la mañana cuando llega ella de trabajar de noche. Si está claro que lo mío eran los ascensores.
Excusas haberlas ahílas, creíbles no todas.

Aunque para buenas heridas de guerra, la de aquella vez, en la que un salvaje que no tenía respeto por la propiedad ajena, me quiso arrancar (literalmente) la ropa interior y me quemó la piel con la cuerda de mi tanga, allá donde la espalda ya no recuerda su casto nombre.

De siempre es sabido, que en los pueblos o te subes a un pajar o te vas a la era a disfrutar del picorcillo de la cebada en los remolques (en mi pueblo solo intentar en verano que en invierno se te puede caer a cachos del frío cualquier cosa)
En mi pueblo no hay pajares a los que subir, pero si muchas bodegas oscuras en las que entrar.
Que no se que es peor, la resaca de una noche loca de mezclas de alcohol,
o sexo sobre una mesa, apoyada en una pared de piedra, contra la que chocaba mi cabeza sin el menor miramiento.
¡Un poquito de por favor que aun estoy estudiando!
Añado que en la mesa había numerosas viandas (en tarros de cristal) que acabaron esparcidas por el suelo, con menos glamour que en la peli de “el cartero siempre llama dos veces”. Pero mi acompañante no iba vestido de funcionario del estado, sino más bien un poco más de la realeza tirando a chacha de siete hombres bajitos.

Siempre me preguntaré por qué tienen los hombres tanto afán por vestirse de mujeres.

Ya os digo que debe ser el Karma, al que tengo que devolverle muchos favores, porque con tal mala suerte, se me escurrió una chancla, con el tema del vaivén y los empujones, y mi pobre pie tuvo que ir a dar con un bote de pepinillos en vinagre roto…

No os digo más, yo prefiero la resaca de mezcla de garrafón del malo, que el dolor de cuerpo y alma que tenía al día siguiente, que no me podía ni vestir.

También os digo que el no juega no gana, y el que no innova se aburre.

Para los amantes de las nuevas tecnologías móviles, os diré que hay una aplicación (que sin duda ha hecho un español o un italiano) que se llama mispicaderos (disponible para android gratuita) donde te recomienda los rinconcillos más oscuros y romanticotes de las ciudades españolas.

Siempre cuidado con allanar la propiedad ajena.